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sábado, 30 de marzo de 2013

Quinta do Monserrate

La Quinta do Monserrate, enclavada en un paraje de exuberante belleza, en lo alto de una de las cumbres de la Sierra de Sintra, es una de las más hermosas creaciones paisajísticas del romanticismo. Su nombre se debe a una pequeña ermita que fue edificada en este lugar por Fray Gaspar Preto en 1540, dedicada a la Virgen de Monserrat. En 1716 fue adquirida por D. Caetano de Mello e Castro, comendador de Cristo y Virrey de India, que la explotó como finca agrícola. En 1755 el terremoto de Lisboa destruye las casas de la quinta, y no es hasta 1790 cuando Gerard de Visme, rico comerciante inglés en maderas de Pernambuco, alquila la propiedad y construye el primer palacio neo-gótico sobre las ruinas de la antigua capilla.














En otra entrada os mostraré el palacio. Hoy me gustaría centrarme en este espectacular jardín, cuyo primer diseño corrió a cargo de William Beckford, escritor, crítico de arte, bibliófilo y excéntrico constructor, conocido por ser el joven inglés más rico de su tiempo, que alquila la finca en 1793. Cuando en 1856 Sir Francis Cook adquiere la quinta su estado es de total abandono, y es a él a quien deben tanto el palacio como los jardines su actual diseño, convirtiéndola en su residencia estival.














Cook transforma la finca en un jardín botánico, importando especies exóticas, creando en su interior micro espacios de un enorme encanto. Recoge el agua, tan abundante en esta tierra, y construye pequeñas cataratas, estanques, lagunas. Muy cerca de un imponente pino importado de la isla de Norfolk, en el Pacífico, se encuentra un Árbol de Hierro, oriundo de Nueva Zelanda, mezclados con cedros, alcornoques, araucarias, abetos y pinos, acebos y madroños. El espíritu romántico de Cook se advierte a cada paso; incluso mandó construir las ruinas de una capilla, diseñada a partir de la capilla creada por Visme en sustitución de la de Monserrat, en cuyo interior ordenó un nicho que albergara un sarcófago etrusco, hoy expuesto en el Museo de Sintra. El efecto de las lianas en la fachada de la capilla me recordó los templos de Angkor, en Camboya, de los que os hablé durante aquel inolvidable viaje.




















Vas descendiendo por caminos angostos y sinuosos siempre acompañada por el murmullo del agua, entre árboles y arbustos, por lo que parece un espacio salvaje, hasta que llegas a unas suaves y ondulantes praderas y el agua se remansa. Primero te encuentras con el Jardín de Japón, camelias florecidas y bambúes junto a la laguna. Más adelante, el Jardín de México, en una zona más caliente y seca, donde se reúnen palmeras, yucas, nolinas, agaves y cicas. Después, la rosaleda. En otra zona, el Valle de los Helechos.












33 ha. de jardín que aún conserva un no sé qué salvaje que me entusiasma. Fijaros en ese banco de piedra, medio devorado por la vegetación. Imagino a Lord Byron en el verano de 1809, cuando visitó Monserrate, y no me extraña que se enamorara de este lugar. Camino durante casi dos horas hasta entrever, tras los árboles, la silueta del palacio.

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